Érase una vez una niña que disfrutaba cantando, leyendo, bailando y viendo felices a los demás.
Tanto se empeñó en seguir viendo a todos felices que fue alejándose de ella para convertirse en quien parecía que todos quisiera que fuera.
Fue así como prescindió de cantar, leer y bailar, porque los nuevos proyectos de la persona en la que tenía que convertirse consumían todos sus recursos.
Entonces fue cuando la emoción, que no tenía canal por el que transmitirse ni medio en el que volcarse, la fue llenando (primero, gota a gota, y, de repente, a jarrazos) hasta que, un buen día, explotó en miles de piezas de puzzle con las que todos pudieron formar a la niña que preferían.
FIN