Hacía mucho que no me iba de compras, y el sábado, aprovechando que tenía que ir con mi madre a por unos tuppers guays para comer en mi amada uni, me di una vuelta más o menos a posta por la zona de zapatos. Y me enamoré. A primera vista. Los zapatos (verdes) de mi vida. Al menos de ese día. Y, claro, encima estaba mi mamá delante, que accedió, casi sin que la presionara, a comprármelos. ¡Qué perfecto todo!
Eso parecía, pero no todo iba a ir rodado desde el primer momento. No había de mi talla. Allí. Sí que la había en otra tienda que estaba a una hora en transporte público, aunque no en la dirección en la que me convendría. Pero el amable celestino se ofreció a pedirlos por encargo desde esa tienda para que los trajeran.
Y esta mañana he pasado por otra tienda llena de zapatos, y me he sorprendido mirando a otros zapatos verdes... Y me he sentido muy mal... Mandarina, aunque la distancia entre tus zapatos y tú sea dura, no puedes quedarte embobada mirando a los primeros zapatos verdes que se crucen en tu camino.
Por cierto, los zapatos han llegado por la tarde. No le contéis lo de los otros zapatos, por favor. Estoy tan feliz. Me quedan perfectamente. Sí, lo sé, era demasiado pronto para calzármelos... pero, entendedme, estaba cansada de esperar. El viernes saldremos juntos (si no llueve).
Pero qué mierda es esta?
ResponderEliminar