viernes, junio 17, 2016

Vector de vida

Se me había olvidado que no es la primera vez que estoy así. Creo que nunca he llegado tan abajo, ni durante tanto tiempo, aunque otras veces salí por mi propio pie de las arenas movedizas.
Pero por fin he recordado que soy la única responsable de mí misma. No va a venir nadie a salvarme, porque yo no dejo. Porque es mi guerra y nadie más la lucha, y nadie más la entiende. Que soy quien mueve mi polea y que tirar hacia abajo del pozo es mi decisión, que solo tengo que cambiar las órdenes con las que funciona mi cerebro.

Por eso le dejaste, porque te costaba lo suficiente sacarte a flote a ti sola. Como para querer apartarle sus demonios a alguien que quería seguir con ellos. Que quería que se hicieran amigos de los tuyos. No. Sabes que los tuyos no tienen que ser amigos de otros. Tienen que hacerse pequeñitos, tan pequeños que ni tú, sola, de noche y a punto de dormir, los notes.

Por eso empezaste a hacer deporte. Para no pensar en nada más que en la quemazón de tus piernas y pulmones, y de repente, darte cuenta de que está todo claro. Que no para castigarte por antes. No para premiarte luego. Para que la recompensa sea "Eh, que puedo. Yo creía que no, pero puedo. Y me voy a demostrar que me pasa así con más que con esto. Que si lo intento fuerte, siempre puedo".

Por eso bailabas. Porque sentías. Porque tenías un huequito delante de un espejo amable, que criticaba sin herir, solo para construir. Porque descubrías sobre ti, sobre cómo funcionas, sobre lo que importa de verdad dentro.

Por eso, Mandarina: sécate las lágrimas. Aprende de quien fuiste. Lee, corre, escucha, baila, crea. Vive.

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