He entregado el TFG. Debería estar irradiando felicidad: a falta de presentarlo, ya soy ingeniera, y estoy de vacaciones (de hecho, me voy mañana a Croacia), pero aquí estoy, a la una de la noche, con la maleta sin hacer y llorando en silencio (si hay algo que me ha enseñado el Erasmus es a esto, a que Margarita no se entere de que me siento como una mierda por dentro).
Todo el mundo recuerda su año de Erasmus como el año de su vida en el que hicieron un montón de amigos de mil lugares, se emborracharon infinidad de veces con bebidas desconocidas, recorrieron el mundo de resaca, creando recuerdos de los que reirán toda la vida.
Todos menos yo, que recordaré el Erasmus como el año en el que definitivamente caí en la depresión de la que me he ido librando desde los 16, cuando aprendí a contenerla a base de colores vivos, tonalidades mayores y carbohidratos simples.
En este año, mi indiferencia hacia a la gente se ha intensificado, a la vez que mi sentimiento de culpabilidad por mi introversión. A esto se le ha sumado el aburrimiento crónico de quien tiene tiempo infinito para una sola tarea y a la cercanía de la despensa al lugar de trabajo. Boom.
Demasiado tiempo para pensar en qué clase de persona me estoy convirtiendo. Cuándo empecé a ser así. Zeus, ¿fui siempre así? ¿Por qué nunca he confiado en contarle a nadie cómo me he sentido? ¿Por qué soy incapaz de sentir aprecio por nadie? ¿Cuándo dejé de creer en la gente? ¿Cuándo asumí que sola es la única manera? ¿Por qué odio ser así pero no quiero cambiar nada? ¿Es que nadie se da cuenta? ¿Por qué espero a que alguien me salve pero aparto a quien se acerca a ayudarme?
No hay comentarios:
Publicar un comentario