Son innumerables las veces en las que me habéis leido quejarme de haber crecido, de seguir creciendo. De que el tiempo pase sin que pueda remediarlo.
Cuando tenía lo que ahora anhelo (una madre que jugaba conmigo cada tarde, que se disfrazaba, que se maquillaba, que cantaba a mi lado; la posibilidad de dormir hasta tarde, de leer hasta tarde; la inocencia de esperar ilusionada el cinco de enero; imaginarme en castillos huyendo del castillo del malvado Peritai con Mei; robar chuches del armario con un sigilo que ya desearían muchos gatos...) no quería otra cosa que ser mayor. Porque conocer a alguien de trece años imponía respeto. Ansiaba lo que ahora, por fin, tengo: irme de vacaciones sin mayores, llegar tarde a casa, comprarme mi ropa yo solita, poder llevar las uñas pintadas por la calle.
¿Echaré de menos esta etapa cuando sea aun mayor (lo que ahora considero ser vieja, la frontera de los treinta)? ¿Cuando tenga lo que ahora deseo? Ser madre joven de dos niñas biológicas y otra adoptada; tener mi propia casa y poder decorarla a mi gusto, tener mi propio dinero que fundir en mis innecesarias compras.
¿Porqué no aprovecho el presente que bien sé que no volverá?
No hay comentarios:
Publicar un comentario