Y no, todavía no he vuelto. Pero es que cotilleando por la blogsfera he visto que ya hay gente por ahí, y, sorprendentemente, sin la depresión que ello trae consigo, al menos en mi caso.
Pero es que, como mis veranos se parecen tantísimo, puedo asegurar como va a ser para mí volver este año. Dios, soy la cosa más masoca que conozco, ya me estoy amargando y me queda casi un mes de vacaciones...
Pues sí, me amargo mientras sigo en Galicia, tengo sueños que me dicen que en realidad he suspendido tres o cuatro asignaturas (y me despierto muy estresada cuando recuerdo que no me he traido ningún libro) y hago planes de estudio del año que viene. Y llego a Madrid, y me vuelvo a ir, esta vez a la playa, donde rezo para que se pare el tiempo, pero no lo hace. En el viaje de vuelta siempre suena "No quedan días de verano...", lo que contrubuye a mi desolación y ganas de morir. Después, de nuevo en Madrid, subimos las maletas desde el garaje en una pomposa marcha fúnebre. Al día siguiente vamos a por material escolar, y durante la semana que sigue, a por los libros de texto. Veo a la gente, con un saludable tono de piel mientras que yo sigo con mi blanco enfermizo. Luego empiezan las clases y el horror.
Este año será distinto: no tengo que ir (de momento) a por los libros de texto, pero acabo antes las vacaciones...
No pienso hablar de este tema hasta el día 4 por la noche. Procuraré pensar en cosas bonitas, como yo.
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